Convertirme en madre de una dulce guerrera me ha dado otro enfoque de la vida.
Cuando Rosana fue diagnosticada con diabetes 1, nuestra familia inició una nueva ruta que ha estado marcada por la adaptación al cambio y el constante aprendizaje.
Al principio la incertidumbre y el miedo eran enormes. Luego logramos sobreponernos y hemos ido superando los desafíos que se nos van presentando en el camino.
Mi mayor reto ha sido aceptar cada día tal y como se presenta. Disfrutar lo bueno y tomar con la mayor serenidad posible las complicaciones. Al convivir con la diabetes 1 debemos aprender a navegar entre altibajos y saber agradecer cuando la mar está en calma.
El día a día de una “mamá páncreas” no es fácil. Nos despertamos temprano y dormimos siempre alertas.
Pensamos en números constantemente: glicemias, cantidad de carbohidratos, dosis de insulina, horarios de comida, correcciones, compensaciones…
En mi caso, mi cartera se transformó en una mochila bien dotada de lo necesario para hacer frente a hipo o hiperglicemias; y por supuesto, el glucómetro es mi fiel compañero.
Y aunque en ocasiones experimento cansancio, estrés o ansiedad, el hecho de saber que mi pequeña guerrera está estable, creciendo fuerte y disfrutando de su infancia, lo compensa todo.
Verla empoderarse de su cuidado es maravilloso. A pesar de su corta edad, quiere medirse la glicemia ella solita. Es cuidadosa con su alimentación. Permite que le inyectemos la insulina y que realicemos los controles de glicemia porque sabe que eso la mantiene saludable. También se realiza sin mayor problema el examen de sangre para los controles de hemoglobina glicosilada.
A diario me da una lección de fuerza y valentía. Su pasión por la vida nutre la mía.
Ser madre de mi pequeña guerrera me ha ayudado a apreciar cada rayo de luz que brilla potente en medio de la penumbra y a descubrir la singular belleza del claroscuro.